Dulces, calaveritas y disfraces: cómo enseñar a los niños a disfrutar sin excesos.
- Mariana Ríos
- 13 oct
- 2 Min. de lectura
Octubre y los primeros días de noviembre son una época llena de magia para los niños: disfraces, fiestas, dulces de Halloween, ofrendas y calaveritas de azúcar en Día de Muertos. Para los padres, sin embargo, también puede convertirse en un mar de dudas: ¿Dejo que mi hijo coma todos los dulces?, ¿Cuánto es demasiado?, ¿Y si luego ya no quiere comer “comida de verdad”?
La respuesta no está en prohibir, sino en acompañar y enseñar a disfrutar con equilibrio. Porque al final, estas tradiciones no solo alimentan el estómago, también alimentan el corazón y la memoria.
1. Entender el valor cultural y social de estas fechas. Los dulces de Halloween y las ofrendas del Día de Muertos no son simples “azúcares vacíos”, son parte de un ritual compartido. Los niños aprenden a convivir, a celebrar, a conectar con sus raíces. Recordemos que lo que queda en la memoria no es “cuántas calorías tenía la calaverita”, sino la risa al disfrazarse o el momento de armar la ofrenda en familia.
2. Prohibir genera más ansiedad que permitir. Cuando los dulces se prohíben por completo, se vuelven un “tesoro prohibido” que los niños buscan a escondidas o en exceso cuando tienen la oportunidad. En cambio, si les enseñamos que pueden disfrutarlos con confianza, poco a poco aprenden a autorregularse. El mensaje clave no es “eso no puedes comerlo”, sino “claro que puedes, y también puedes escuchar a tu pancita cuando te diga que ya fue suficiente”.
3. Estrategias prácticas para padres.
Horario de disfrute: establecer un momento del día para comer dulces (ej. después de la comida principal), en lugar de que estén disponibles todo el tiempo.
Escuchar al cuerpo: preguntarles cómo se sienten después de comer algunos dulces: ¿todavía tienen hambre?, ¿se sienten llenos?, ¿qué sabor les gustó más?
Variar la ofrenda: incluir frutas secas, mandarinas, camote al horno o calabaza en tacha junto a los dulces tradicionales. No para sustituir, sino para ampliar la experiencia.
Compartir: enseñar que los dulces se disfrutan más cuando se comparten con amigos, primos o hermanos.
4. El rol del ejemplo. Los niños aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan. Si un adulto come un dulce con culpa y remordimiento, el niño también aprenderá a verlo como “peligroso”. Si el adulto lo disfruta, lo saborea y sigue con su día sin drama, el niño aprende que comer también puede ser un acto libre y tranquilo.
Halloween y Día de Muertos son fechas para disfrutar, no para temerle al azúcar. Como padres y adultos podemos cambiar el enfoque: menos control, más educación; menos prohibición, más acompañamiento.
Al final, lo que los niños recordarán no será si comieron dos o cinco dulces, sino la emoción de pedir “dulce o truco”, de ponerle calaveritas a la ofrenda o de escuchar las historias familiares alrededor de ella. Porque la verdadera nutrición no solo está en los nutrientes, también en los recuerdos que construimos alrededor de la comida.







Comentarios